Actualité de l’Anarcho-syndicalisme

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El arma de destrucción masiva más terrible: el mercado

Sábado 12 de abril de 2003

El fin del espectáculo parece ya previsto. La ONU actuará de policía y los americanos explotarán el petróleo mientras esperan que los iraquíes aprendan los valores de la democracia a la occidental. Miles de iraquíes morirán bajo las bombas, y algunos realizarán conmovedores decorados en nombre de la libertad. El eje del bien habrá triunfado ante un tirano que será entregado como pasto a un pseudotribunal internacional. Cada uno establecerá su propia hipótesis sobre las razones de semejante carnicería: protección de la democracia, reequilibrio estratégico, dominio occidental del mundo, OPA sobre el petróleo, operación electoralista americana... Los análisis caerán sobre nuestras cabezas como las bombas sobre Bagdad.

Veremos incluso a las mujeres quitarse el velo y a los humanitarios telegénicos en traje caqui volviendo a tocar el vals de los sacos de trigo y los sacos de arroz. Pues sí, estas son las guerras de las que se nos habla, que remueven nuestros miedos internos y nuestros viejos recuerdos de libertad.

Por un lado están las guerras de las que se habla muy poco, y en voz baja, en un pequeño artículo en la última página de un periódico para intelectuales de izquierdas. Se trata de combates sin ejército, de emboscadas sin revólveres, de masacres sin bombas. Así, en Ginebra, en diciembre de 2002, mientras que la pequeña pantalla se repartía entre el eje del bien del señor Bush y el salmón ahumado del señor Machin, un enfrentamiento breve y aterrador condenaba a muerte a más de 70 millones de personas. Por aquel entonces se reunían las instancias decisorias de la Organización Mundial del Comercio (OMC) para ratificar un acuerdo internacional sobre la producción de medicamentos genéricos.

ninguna enfermedad rentable para esta industria podrá incluirse en la lista de las enfermedades prioritarias

Ese acuerdo preveía facilitar el acceso a los medicamentos genéricos a los países en vías de desarrollo, autorizando su fabricación en los países emergentes a un precio moderado bajo licencia. Debía permitir a los países pobres conseguir los medicamentos indispensables para combatir las grandes epidemias que los azotan (sida, malaria, tuberculosis). El sistema preveía una serie de exenciones en los derechos de las patentes, que permitiría a los países sin capacidad de producción nacional importar copias baratas de los medicamentos. Pero de los 146 países miembros de la OMC (hay unos 200 países en todo el planeta), sólo uno se negó a votar el acuerdo: ¡Estados Unidos! La razón aducida era que el texto no era lo suficientemente preciso en lo relativo a las enfermedades incluidas. De hecho, la administración americana de Bush defiende los intereses de las multinacionales farmacéuticas que han gastado más de mil millones de dólares para apoyarle en las últimas elecciones americanas. La industria farmacéutica ve muy mal la fabricación de genéricos, porque eso reduciría los monstruosos beneficios que percibe al tener, bajo el manto de las patentes, el monopolio de la comercialización de esas moléculas que sin duda vende a precios en nada relacionados con los costes de su producción.

Un representante de la industria en Ginebra resumió la situación afirmando, no sin cinismo, que "ninguna enfermedad rentable para esta industria podrá incluirse en la lista de las enfermedades prioritarias (que hubieran podido beneficiarse del acuerdo)".

El acuerdo fue rechazado porque la OMC funciona según el principio del consenso, por lo que el rechazo de un solo país es suficiente para bloquear un acuerdo. En realidad, los americanos tienen tales medios de coacción económica (derechos de aduana exorbitantes, embargo sobre las materias primas, suspensión de préstamos bancarios) que ningún país puede permitirse enfrentarse sin el riesgo de fracasar a un plazo medio. Los países europeos, cuya industria farmacéutica funciona maravillosamente, actúan como humanitarios enfurruñados al votar "a favor del acuerdo" pero no rechistan luego, demasiado satisfechos de ver cómo los americanos defienden ellos solos los intereses de todos.

Es una guerra sin armas, una guerra silenciosa, sin espectáculo, una guerra de todos los días, donde los muertos se cuentan por millones. El sida golpea hoy a 40 millones de personas en el mundo, de las que tres millones son niños y más del noventa por ciento carece de antirretrovirales. La malaria azota a un millón de personas al año en África, es decir, a algo más de tres mil personas al día. Dos mil millones de personas carecen de acceso a los medicamentos básicos. Cada año, 17 millones de personas mueren de enfermedades infecciosas. El noventa por ciento de ellas vive en los países llamados "del Sur", mientras que en los países llamados "del Norte" se acapara el ochenta y dos por ciento del mercado mundial de los medicamentos.

Sin embargo, para muchas de esas enfermedades existen medicamentos eficaces o reductores de los efectos de la enfermedad, pero se venden... al precio fijado por las empresas farmacéuticas. Hemos llegado al colmo del cinismo capitalista. Mientras Bush y sus colegas nos dan lecciones sobre el bien y el mal, mientras se preparan para ofrecer a las multinacionales el petróleo iraquí, asesinan en nombre de la libertad de mercado a millones de seres humanos. Este triste baile ginebrino bajo los estucos del palacio moderno de la OMC en la que el policía danza con los cadáveres del mercado, no es más que un episodio de una guerra todavía más grande. Este desacuerdo internacional o más bien este acuerdo para impedir que se cure la mayoría de los hombres y mujeres de esta tierra, no es más que una de las facetas de la dominación total. Su propio funcionamiento está asegurado en otros dominios por otras instancias que representan al mismo poder.

El Banco Mundial y el FMI (Fondo Monetario Internacional) gestionan el planeta a golpe de préstamos, acuerdos económicos, subvenciones, contra el compromiso de los Estados a aplicar sus directrices

El Banco Mundial y el FMI (Fondo Monetario Internacional) gestionan el planeta a golpe de préstamos, acuerdos económicos, subvenciones, contra el compromiso de los Estados a aplicar sus directrices. En un libro que denuncia el poder planetario, Jean Ziegler, político suizo del movimiento antiglobalización, explica quiénes son los dueños del mundo: "Son las oligarquías pequeñas las que detentan el capital financiero especulativo globalizado y que, en mi libro, llamo los depredadores. Son los herederos de esta clase de dominadores blancos tradicionales los que manejan la economía desde hace quinientos años. Cerca del noventa por ciento de los mil billones de dólares raficados cada día pasan por las manos de estas sociedades. Sociedades multinacionales como Microsoft, la Unión de Bancos Suizos, la Sociedad General, General Food... Hoy, doscientas de esas empresas controlan casi el veintiocho por cien de la producción de la riqueza mundial".

Estos dueños del mundo ejercen su poder a través de organizaciones supranacionales, como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio, que cuentan con el consenso de Washington. Se trata de un conjunto de acuerdos informales redactados a lo largo de los años 80 y 90 entra las principales sociedades transcontinentales, los bancos de Wall Street, la Reserva Federal Americana y los organismos financieros internacionales (FMI, Banco Mundial).

Estos acuerdos informales pretenden obtener la liquidación de cualquier instancia reguladora (Estado u organización internacional), la liberalización más rápida de todos los mercados y la instauración de un mercado mundial unificado y totalmente autorregulado.

Tenemos, pues, la guerra total. El ejército del beneficio, sin color ni bandera pero con el dólar como artillería, masacra el planeta día tras día.De 1890 a 1990, la población mundial se ha multiplicado por cuatro, la riqueza por catorce y la producción industrial por cuarenta. Los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Hoy día, 826 millones de personas están crónica y gravemente subalimentadas. Cada día, mueren 100.000 personas de hambre o de las consecuencias de ésta. Al decidir en unos pocos minutos mover su capital en función del máximo provecho, los "dueños del mundo" deciden cada día la vida y la muerte de mucha gente.

Saddam o Bin Laden, puros productos del sistema capitalista, déspotas sanguinarios, que se nos venden como los verdugos de los tiempos modernos ¿no sirven para, entre otras manipulaciones, hacernos olvidar el arma de destrucción masiva más eficaz, el mercado?

Interrogado por un periodista sobre el futuro de todo esto, Jean Ziegler, diputado europeo, experto en la ONU, sociólogo establecido, poco sospechoso, por tanto, de terrorismo, respondió: "No se trata hoy de negociar una coalición apresurada entre los restos del izquierdismo y las ruinas del trotskismo. Hay que cambiar de perspectiva: estamos en un momento de ruptura... Cuando esas instituciones nos preguntan qué es lo que queremos y nos reprochan el no tener proyecto y, por tanto, no poder dialogar, yo ofrezco el ejemplo de los revolucionarios de 1789: sabían lo que no querían, pero no tenían un proyecto claro. Preguntar a los alternativos cuál es su proyecto es como pedir, la tarde del 14 de julio, a los que tomaron la Bastilla, que reciten el primer artículo de la Constitución de la I República o de la Declaración de los Derechos del Hombre. El programa del movimiento se hace andando".

Adrien

Le combat syndicaliste n°79 Fev/mars 2003

Traducion : Tierra y Libertad


CNT-AIT



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